¿Por qué Suenan Tanto las Campanas?
Cuenta en algún lugar José Saramago que en un pueblo de tiempos medievales las campanas de la iglesia eran el mecanismo para comunicar enfermedades, muertes, fiestas, edictos y visitas; el encargado de hacer sonar las campanas era obviamente el sacristán por instrucción precisa del sacerdote de la comarca. Se dice que hace tiempo no se sentía trinar el campanario y las novedades eran pocas en el lugar, se vivía en paz. En alguna ocasión – cuenta Saramago -, sonaron las campañas a rabiar durante largo tiempo al punto que todo el pueblo cerca de la torre de la iglesia entró para ver qué sucedía, sin embargo las campanas no dejaban de sonar y no era el toque usual.
Salió entonces del campanario, un humilde campesino de la más lejana vereda de los confines del pueblo, y dijo que la verdad quería llamar la atención sobre algo gravísimo que estaba pasando. Hubo molestia entre los pobladores ¿Dónde estaba el sacristán?, ¿le había pedido permiso al cura para tocar las campanas?, ¿Por qué tocaba las campanas con tanta premura?, ¿Quién habría muerto o cuál era el mensaje urgente?, se necesitaban explicaciones.
Con voz suave y reposada el campesino dijo que no sabía dónde estaba el sacristán, que no anunciaba ninguna fiesta y que más bien quería hablarle al pueblo de lo que están haciendo las autoridades de los confines; que están tirando cercas, expropiando aparceros y que el mismo ha sido condenado con su familia a desplazarse para que sus tierras pasen a ser de alguien que no conoce pero que tiene una cuadrilla inmensa de hombres que corren las cercas para juntar a su nombre las pequeñas aparcerías hechas con años de esfuerzo por las familias más humildes de la región.
Dijo pues que iba a contar la razón por la cual estaba tocando las campanas, dijo que ha ido y ha venido a todas partes, pidiendo que algún poder decente intervenga ante el despojo, pero que nobles, funcionarios, aristócratas no le han escuchado con gran interés a pesar de que han tomado nota, han seguido en sus oficios urbanos y no se han inmutado ante sus suplica y denuncias. Por eso ha dicho que celebra la paz de la mayoría del pueblo en estos días pero que hace sonar las campanas como nunca han sonado porque siente que hay un muerto en el reino y ese difunto es la justicia…
El pueblo a su pesar le dio la espalda, pensó que el manicomio estaba bien para el despistado instigador, y las cosas siguieron su curso en medio de una paz que asusta.
Ojala, ya en el siglo XXI, por estos lados no siga pasando lo mismo.
Alberto Ladino