Los Pequeños Rufianes Abriendo las Rejas
En la zona del Caney, donde yo vivo, por las tardes y en las noches, diferentes personas transitan por las calles, pasean a sus perros o disfrutan de la carretera en sus motos, se dirigen al gimnasio o a algún parque a ejercitarse o a fumar maría, van a mercar o a comer, regresan a su casa o lo contrario; entre todas ellas están los pequeños Rufianes.
No recuerdo cual fue la primera vez que golpearon con su pelota la puerta de mi casa, ni tampoco cuando la vecina de mi frente, desde su segundo o tercer piso, con los pelos enrollados en los rulos y en su pijama de tela felpuda, salió al balcón sumamente decepcionada de las “juventudes de hoy en día” a advertir, regañar, luego a amenazar con acusar a los respectivos padres y, por último, a volver realidad esa amenaza.
Preadolecentes de 14 años, al lado sus hermanitos y primos de cinco y cuatro años, se paran al frente de alguna casa y llaman con sus voces agudas a algún amiguito: -¡Camila, Manuel, Steven, Claudia!- , -¿Será que se enojó con su mamá? ¿Será que no nos escucha?-. Desafían a la autoridad: -Pero háblame rápido que mi mamá está en el segundo piso y dijo que no saliera-, -Vámonos por esta esquina que mi tía está mercando y me puede pillar-. Bocas sucias llenas de dulce, pareciera que nunca les dejaran tarea porque buena parte del día se la dedican a la calle. Moldean las rejas de mi barrio, rompen las materas y sus matas, los vidrios de las casas y rayan y abollonan los carros. Obstaculizan el tráfico, los ciclistas y los peatones nos hacemos los bravos cuando pasamos a su lado. Bulliciosos hasta lo indecible. Extrañas criaturas que para descansar se hacen al bordito de los andenes a navegar por las redes sociales o youtube y a alardear de los avances obtenidos en algún juego de moda. Se dividen en subgrupos según una lógica infantil desconocida, discuten fuertemente, en los arranques más serios por quien tiene la razón según el altercado en que se comprometen; Abra uno que con lágrimas no se vaya porque quiere seguir jugando, el que delante de él lo defiende con toda la furia, el que está, pero sabe que su presencia en el problema no tiene relevancia y el que pone la mano por su ego, para luego tirarlo, nuevamente, por la gana de seguir jugando.
Estos días golpearon otra vez la puerta de mi casa, al salir me encontré con un niño flaco. Sus piernas se mostraban por la pantaloneta, vestía una camisa de algún grupo de fútbol, era blanco igual que las dos niñas detrás de él esperando el regaño. Tomé el balón y les pregunte con él en la mano: -¿Por qué no juegan en el parque o dónde viven, diez casas más allá de la mía?- Esperaba una disculpa por ser tan irresponsables, pero para mi sorpresa se tomaron la pregunta enserio y me dieron varios argumentos: El parque no tiene luz y les parece peligroso debido a que los muchachos fuman maría allí, por otro lado la cancha de futbol no está pavimentada, tiene bultos y huecos, lo más probable es que tengan una caída, se raspen o se ensucien –mi mamá me mata si ensucio o daño mi pantalón nuevo- dijo una de las niñas. Por otro lado, ese era el único pedazo de la cuadra en que los garajes son enrejados o quedan adentro de las casas, reduce el riesgo de dañar algún carro. Les pase y entre a mi casa admirada de su situación Y como fueron capaces de abogar por su causa.
¿No escucharlos y seguir tratándolos como una ficha sobrante aporta algo a nuestro barrio?, ¿Realmente estar en la casa en silencio es una opción buena para un niño o un preadolescente que desea relacionarse con los otros, que considera esto algo importante?, ¿Relacionarse con el vecino es algo importante?, ¿Cómo son las dinámicas y la arquitectura de nuestros barrios, de la ciudad, nos permiten pensarnos como ciudadanos? Estas y otras preguntas surgieron de ese encuentro, tal vez estos niños tengan razón la ciudad hay que vivirla a rejas abiertas, ocupándonos del espacio público que es de nosotros y para nosotros.
Jeraldine González Córdoba.