El cuidado de la vida

Sabemos que lo que está pasando con la implementación de Los Acuerdos para poner fin al conflicto armado es el síntoma de una situación grave para el país que requiere mesura y responsabilidad con la vida colectiva: la masacre de Tumaco en Nariño, el asesinato a una líder indígena comunicadora de Argelia Cauca -que se dan en medio de las protestas del movimiento de cocaleros-, y el asesinato de un líder indígena Embera, a costa de actores armados ilegales en el Chocó; es una situación que fácilmente se puede extender hacia escenarios de tensión en el Catatumbo, el Arauca o Antioquia, por ejemplo, y por esa vía generar bloqueos inimaginados para la búsqueda de paz con democracia.
Estamos ante la evidencia de que la implementación de una política de construcción de paz, una acción estatal que escasamente se ha comprometido y anunciado, no está funcionando ni en los mínimos; se requieren rectificaciones urgentes en el plano de la
implementación de los Acuerdos, para que no terminemos en las postrimerías de la guerra que vendrá, tan anunciada por los agentes de la cizaña y la exclusión que refiriera el Papa Francisco en su reciente visita.
Puede pensarse desprevenidamente que en Colombia eso ha pasado muchas veces, y que este nuevo episodio evidencia que las cosas poco cambian. El asunto es que esta situación se da en medio de la oportunidad que nos hemos dado en esta generación de cambiar esa saga, de salir de las décadas de violencia, y se nos puede estar yendo entre las manos por falta de consistencia en el apoyo ciudadano y por mal funcionamiento de las instituciones en su obrar. Todo aquel colombiano o colombiana que razone sobre la experiencia de vida de los últimos cincuenta años en cualquier región del país, tendrá el sentimiento moral inclinado a una salida en la cual debe primar el dialogo, entenderá que no se debe seguir resolviendo la vida colectiva con violencia social y con uso desmedido de la fuerza, en particular del uso indiscriminado de las armas institucionales sobre la población.
Por esa razón se necesita un gran clamor social para que la institucionalidad en su conjunto y las fuerzas vivas del país nos decidamos a un camino de construcción de paz que concrete los anhelos de cerrar el capítulo de la violencia y de abrir las vías del dialogo, como forma de tejer nuevo país. Por esa razón este octubre nos asumimos caminantes, solidarios en el llamado a que cese la agresión y la victimización, para que haya justicia, verdad, respeto a los derechos humanos y salidas democráticas.
Equipo de trabajo Fundación Ciudad Abierta.