Menos Épicas Políticas Repetidas y Más Éticas Ciudadanas
Cierto es que lo épico, el relato de hechos legendarios que instauran la lucha por la orientación de la vida social, es connatural al ejercicio de configuración del poder político, pareciera que la sociedad necesita fijar su narrativa fundante en seres y mandatos especiales y extraordinarios. No pasa así necesariamente con lo ético, asociado con las normas y costumbres practicadas en la vida en común, que recurrentemente se ve expulsado del plano de los activismos, militancias y gestas políticas. Esto es sin duda lamentable, especialmente para el campo de las luchas por la justicia y la solidaridad en tiempos contemporáneos.
Entre más se infla lo épico, concentrado en historias de bronce, en la seguidilla detrás de los iluminados, en la razón única que prefiere estar equivocada con el partido o el líder a escuchar razones sin ellos, más se adelgaza y fractura la posibilidad de transacciones en las cuales el reconocimiento y el respeto entre personas y grupos humanos diferentes, funcione con sencillos y practicables códigos de vida.
Después de la guerra o después de las elecciones; cuando pasa la fiesta de lo épico, en la cual se exhibe todo lo humano en su impulso tanático y en su eros, sobreviene la pregunta por el tipo de vínculo que se instala en nuestras relaciones como sociedad; entonces se necesita salir de la especulación, reconocer la sociedad que hay y la que se proyecta de forma juiciosa, encontrar forma de arreglos sociales pertinentes, ponderar el espacio común, el interés general, el ámbito público y generar entonces un actuar que se autorregule y se ponga metas plausibles y métodos de acción precisos. Esto es tan importante para aquellos que han ganado o perdido en la guerra o en las elecciones. Al ganador no le ayuda mucho sentirse el mandamás y el dueño de todo el espectro social, de esos impulsos no sacará nada; al perdedor poco le ayuda quedarse preso del incidente de la derrota, o peor aún asumir que no ha sido derrotado y que la pelea épica sigue en las mismas condiciones. Se requiere que el perdedor asuma el ámbito de relaciones que tiene y genere un nuevo circuito de poder desde esas circunstancias.
En Colombia necesitamos gobernantes que sean capaces de situarse más allá de sus propias posturas ideológicas en las responsabilidades y competencias precisas que les endosan las autoridades asumidas; el proyecto que movilice el gobernante no es una patente de corso para conculcar derechos o para desoír el sentido común que brota de los territorios y de las vidas de los gobernados. En Colombia necesitamos militantes políticos y ciudadanías sociales que sepan hacer oposición basada en demandas de dignidad y respeto que se concreten en prestaciones colectivas concretas. En Colombia necesitamos abrir paso a unas ciudadanías que tejan la vida como un asunto sagrado y diverso, que hagan del cotidiano un espacio para forjar desde el presente un futuro que se forja paso a paso, lo cual no significa ir de evento en evento sin sentido de proceso. De lo contrario seguiremos de guerra en guerra y de elección en elección, sin emprender caminos con sentido de cambio histórico.
Quizás estos asuntos tratados así requieren que cada colombian@ se pregunte y se responda en diálogo con sus cercanos y sus congéneres en general qué es lo fundamental para la vida en común hoy. De pronto es tiempo de generar el acuerdo enunciado en tiempos de épicas, desde un punto de vista ético más procesual y con más sentido de arraigo en los entornos cotidianos. Veremos que va pasando en estos tiempos tan abruptos que nos arropan…