Perspectivas y Tentativas de Nueva Cultura Política
El Siglo XX que hace ecos hasta estos días, ha dejado una herencia de crisis civilizatoria proyectada en la devaluación de valores y sentidos; también el siglo XX nos legó para el siglo en curso los referentes para explorar una nueva civilización que permita superar los viejos estigmas, los anacrónicos estereotipos y las ansias guerreristas; por esa vía nos ha impulsado a acceder a una nueva síntesis de dignidad humana, nos ha invitado a encontrar nuevos referentes para hacernos la vida y para estructurar el poder en la vida social.
Ese legado nos permite recordar que no todo es competencia, no todo es lucha a muerte por razones individuales, no todo es beneficio particular, no todo se resuelve por la vía de la razón de los poderosos, no todo es obedecer acríticamente. Sobre esa tensión entre una civilización autoritaria e insolidaria y la búsqueda de alternativas de vida digna, en Colombia tenemos una particular formación cultural que naturaliza ciertas ideas en uso de mucho arraigo: Tenemos por ejemplo ideas muy extendidas como que somos violentos por naturaleza, que los que poseen más recursos económicos tienen como mandar porque la plata jode, que al que mataron por algo sería, que no se puede dar papaya ni perder papaya, que hay buscar plata legalmente, pero si no se puede tocar igual buscar plata, que frente a las injusticias es mejor callar y resignarse.
Detrás de estas formulaciones comunes que operan como prescripciones del vivir cotidiano van por supuesto operando relaciones de poder y saber que definen comportamientos colectivos y que regulan los intercambios y las transacciones sociales, posicionando vínculos profundamente indignos de vida. Enfrentar esos signos de decadencia implica superar la distancia entre los ágrafos y los ilustrados, entre los gobernantes y los gobernados, entre dirigentes y dirigidos; es fundamental superar los autoritarismos que están a la base de una gobernabilidad marcada por la exclusión y el desconocimiento de la diversidad social; situados en ese problema histórico, se requiere un nuevo ambiente intelectual, social, cultural que logre concretar procesos para repensar las reglas de vida en común y que nos permita transformar tanto nuestras instituciones como nuestras prácticas ciudadanas.
En Colombia necesitamos trascender a una nueva narrativa de lo deseable, de lo viable en el país; es fundamental visualizar las transacciones que permitan la coexistencia pacífica, establecer nuevos rituales de intercambio, ceremonias de tiempo y espacio que resacralicen la vida y nos potencien como sociedad que fluye en horizontes comunes. Se requiere impulsar una nueva referencia cultural que implica situarnos en los problemas y las potencias de esta contemporaneidad, para proyectar una nueva relación con el mundo, con el país.
En esa perspectiva parece, importante preguntarnos ¿Cómo estamos pensando este momento?, es clave que interroguemos nuestros propios esquemas mentales y, especialmente, nuestras prácticas. A manera de decálogo se proponen algunas formulaciones pragmáticas para avanzar en el plano de la confluencia social que requiere la elaboración de esa urgente nueva cultura ciudadana:
Valorar primero que todo, la dignidad de la vida en todas sus manifestaciones y diversidades.
Fortalecer la solidaridad o la fraternidad entre diferentes; es decir, impulsar el sentido de comunidad y, especialmente, el de comunidades abiertas a la interculturalidad y la diferencia social.
Generar comunidades de saber, conocimiento y acción que salgan de activismos y seguidismos acríticos y acéfalos.
Conocer los derechos compartidos e incidir en las agendas de su realización, pues son fundamento de la autorregulación y la solidaridad social y ciudadana.
Ir siempre hacia la acción colectiva, no agotarnos en el pequeño espacio de confort individual, desplazarnos hacia el otro y lo otro.
Evitar caer en lenguajes y prácticas descalificadoras y/o violentas que rompan la coexistencia y la convivencia pacífica.
Hacernos moradores de nuestros territorios como lugares de construcción de buen vivir, como hábitats de convivencia y reconciliación.
Trascender la jerarquización entre dirigentes y dirigidos, entre gobernantes y gobernados, para fomentar un sentido experiencial de la política democrática.
Asumir que el poder es una construcción social que se da entre diversos sujetos, en espacios y tiempos comunes, que se potencia desde los relacionamientos, las transacciones y la labor colectiva.
Buscar el encuentro entre las dinámicas institucionales y los procesos sociales y políticos cotidianos, para que las dinámicas democráticas logren armonizarse en un proyecto común y convergente.
¿Será que por estas vías prácticas podemos avanzar?