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Mi ciudad


Mi ciudad es un largo relato de historias, lugares, personas y acontecimientos que se quedaron en la memoria; olores y colores que llegan a cada paso que camino; huellas que descubro de nuevo en lugares conocidos que guardan algo mío. Estos espacios, que ahora son habitados por los fantasmas de mi memoria, cuentan mi historia.


Aun siendo niña descubrí la ciudad a través de la ventanilla de un bus, descubrí que había sur y norte y que yo vivía en el centro. Un día, en plena adolescencia, escucho decir que mi barrio es peligroso, que esas calles que me vieron crecer, que conocía de memoria, que guardaron tantos secretos, eran peligrosas. Era imposible creer que ese pedazo de ciudad donde caminaba con paso lento y relajado, segura y confiada, era peligroso; y por supuesto, no les creí, eso no era posible, ellos no conocían esas calles, no tenían derecho a hablar de ellas.


Haber nacido en San Nicolás es haber nacido en unos de los barrios fundadores de esta ciudad, es tener tatuada en la piel su historia, es pisar las calles donde llegó la salsa en del 57; allí crecí, a lado de la zona de tolerancia poblada de burdeles y prostitutas, rodeada de niños y jóvenes que dormían en las calles, esperando que abrieran “Bosconia” para jugar en la piscina de ese lugar que los acogía durante el día.


Aunque tiempo después nos cambiamos de barrio, San Nicolás es mi barrio y en el recuerdo de esas cuadras están ahora aspectos que me constituyen, buscando en otros barrios espejos similares, formas de vida que se me parecen: la tienda de Doña Margarita, la calle mocha, el colegio que quedaba en la esquina, la iglesia y el parque, la casa de Ximena donde llegaban mujeres esperando emplearse en el servicio doméstico; el motel que quedaba enseguida de mi casa y las señoras que se hacían cerca, siempre tan calladas; Bosconia- Marcelino que me dejó unos cuantos amigos que me cuidaban en las calles, donde ellos vivían.


San Nicolás me dejó el gusto por la ciudad, por el barrio, por la gente. Luego ya fueron otros barrios, me enamoré de otras calles, de otros parques, conocí otras casas. Ahora, a los 40 años de edad, la ciudad se hizo adulta también, sus calles son ahora más tranquilas y tal vez, más peligrosas, su clima más soleado y sus atardeceres más hermosos. Mi ciudad también es adulta, y aunque a veces extraño la bohemia de cuando teníamos 20, prefiero ese pedacito de ciudad que habito en mi casa, esas caminatas cortas al atardecer, y esa hermosa vista de las montañas que contemplo cada mañana y algunas noches, mientras le recuerdo.


Luz Elena Luna Monart.



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