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De Polarizaciones, Educaciones y Diferencias


“Colombia está sufriendo una fuerte y peligrosa polarización política.” Con esta frase, un sinfín de políticos, analistas y periodistas creen y quieren describir el cotidiano político que hoy se vive en el país, siendo ésta una reducción y una falacia del momento político actual. Nos quieren eliminar simbólicamente a quienes concebimos un país diferente al producido por el viejo modelo bipartidista y que hoy se alindera con la ideología neoliberal.


Que haya polarización es mucho más saludable para una democracia que el unanimismo, entendiendo la polarización como aquella forma de abordar el debate político entre diferentes concepciones de sociedad, Estado y ser humano que, en el caso colombiano y latinoamericano, se puede plantear entre el modelo neoliberal del libre mercado y el modelo del Estado social de derecho; he ahí los dos polos de la polarización.


Otra cosa muy distinta es que las opiniones en el cotidiano estén cargadas de viscerales sentimientos y emociones y que éstas se manifiesten en forma de desprecio, estigmatización, amenaza o burla y que estén vaciadas de sentido, coherencia y contenido político. Expresiones como mamerto castrochavista o uribestia recalcitrante, ¡estudien brutos! o ¡será que piensa y dice cosas propias y no la retahíla de Uribe!, dan cuenta del nivel de violencia verbal que podemos escuchar y leer y debemos soportar en diferentes escenarios de la vida social; especialmente en las redes sociales y en los comentarios de las columnas y artículos periodísticos en la web.


Y digo que esto es otra cosa muy distinta a la polarización porque, paradójicamente, lo que se encuentra en esas manifestaciones de “derechas e izquierdas” es una profunda debilidad del discurso político, por un lado, y de un preocupante desconocimiento del otro, de la diferencia y del diferente; esto es, la falta de educación y de cultura política nos está nivelando por lo más bajo de nuestra condición humana.


Ahora bien, me interesa centrar la mirada en este aspecto del desconocimiento de la diferencia, del (la) diferente, desde la perspectiva de la educación y la diversidad cultural; esto es, en aquel mandato constitucional que nos reconoce como un Estado social de derecho, pluriétnico y multiculturtal, además, promotor de los derechos humanos.


Creo necesario precisar que este problema educativo tiene dos escenarios a cuestionar, por un lado está lo referente al sistema educativo, la escuela que no ha sido capaz de aportar a la formación de seres humanos respetuosos de la diversidad étnica, cultural, social, geográfica, etc. Y por otro lado, la idea de cultura que se promulga con mayor fuerza en el estado, en términos de las artes como algo accesorio y consumible.


El primer escenario, el escolar, nos remite al desarrollo de la Constitución y la Ley General de Educación que propugnan que, vía autonomía institucional, se reconozca y fortalezca la diversidad cultural como nuestra mayor riqueza. Debemos hacer un alto en el camino y preguntarnos qué tanto hemos logrado, avanzado en términos de superar la escuela de la homogeneización, del uniforme y los contenidos únicos para darle paso a una escuela deliberante, crítica y respetuosa de la diferencia.


En términos del segundo escenario, es necesario problematizar la idea de la cultura como producto a consumir y la idea de la diversidad cultural solo como manifestación de singularidades; esto es, la propuesta que desde Bogotá se promovió en la década de los 90’s del siglo XX de exaltar la diferencia a partir de los productos culturales como Rock al Parque, derivaron en salsa al parque, rap al parque, teatro al parque, en fin, todos al parque.


Es necesario aclarar que esa política de visibilizar las singularidades no es negativa en sí misma, el asunto es que nos quedamos en visibilizarlas como producto que algunos consumen pero que en ningún momento entran en diálogo social con el otro, no hay debate ni discusión que permita interpelar y ser interpelado, no hay las condiciones de posibilidad para construir una interculturalidad que nos permita reconocer y respetar la diferencia más allá de decir “existen”.


En síntesis, nos quedamos en una aplicación literal de lo pluri y lo multi pero en ningún momento asumimos la interculturalidad y por esa vía nos dedicamos a “tolerar al otro” a la espera de poder cambiarlo, que se vuelva buena gente; esto es, que se vuelva como yo o al menos, lo más parecido posible y mientras tanto, aplicar el dicho de las abuelas “que viva la suegra, pero que viva bien lejos”


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