Los vientos del barrio
- Jennifer Rodríguez H.
- 10 oct 2017
- 3 Min. de lectura

Para mí la vida en el barrio Junín ha estado atravesada siempre por la carrera 23; no como un límite ni una frontera sino como una arteria de vida, como la gran calle por la que transita el espíritu del barrio. Por la carrera 23 se llega a Cristo Rey por un gran corredor imaginario que se visualiza desde cualquier punto en el que uno se pare. En la carrera 23 ha habido música, baile y empanadas; droguerías, brujas y cacharros. También mi vida en el barrio Junín ha estado atravesada por el parque de La Luna que recibió la visita de un elefante hace 25 años, y por el Colegio San Alberto Magno que lleva como medio siglo formando a las generaciones de la Comuna 9 y de las comunas aleñadas. En el barrio se comen buenas arepas con todo, y se recibe la brisa que desciende desde esos farallones que son su telón de fondo y que pasan raudos por el barrio Alameda y siguen llevando su fresca por calles y carreras. De mi experiencia puedo decir que el barrio Junín es un barrio hermoso, tranquilo, amable y un “buen vividero”. He pasado ahí más de 30 años viendo en el día a día su transformación y su permanencia.
En los últimos quince días, en la cuadra en la que vivo, ha habido tres conflictos familiares en los que la policía ha tenido que intervenir. En algunas manzanas es generalizado el deterioro y abandono de las fachadas y de los limitados espacios públicos con los que cuenta el sector; se cortan árboles para montar jardines de palma y pino o para garantizar la entrada del carro o de la moto. La vida comunal está fragmentada y hay poco acuerdo sobre los destinos y proyecciones del barrio, priman las prácticas violentas y la imposibilidad del encuentro con el otro. La gentrificación del centro de la ciudad y sus planes de modernización han trasladado al barrio tensiones no resueltas y han conducido a que su vocación se transforme, cada vez es más usual encontrar talleres de motos y carros, pequeños almorzaderos, caserones convertidos en apartaestudios, y cuanto emprendimiento familiar que ayude a la economía doméstica: fotocopias, minutos, venta de chance, de blusas y lycras, pandebonos, buñuelos, empanadas, tacos, lechona, jugos, helados, pero también cada vez se encuentran más bodegas, edificios abandona-
dos y fábricas de fajas, jeanes y textiles.
Cualquiera puede decir que todo cambia, que los barrios crecen, que se transforman, que los pobladores se van y que otros llegan, sin embargo, no puedo dejar de sentir que hay algo que se está perdiendo. La tranquilidad en el vecindario, el sentido de arraigo, de pertenencia y de orgullo por un barrio construido en una larga historia de sabores y saberes de la caleñidad. Hay algo en Junín que comienza a sentirse como deteriorado, cansino, opaco y eso duele. Puede ser que la falta de gobiernos y liderazgos serios, de planificación urbana verdadera, de estímulo a la participación barrial estén acabando con el sentido de barrio, y puede ser que una cultura citadina se esté perdiendo en medio del desorden, la desidia y el abandono. Sé que este síntoma está en muchos sectores de la ciudad, se olvida que cada barrio es una unidad diferente que, sin embargo, reproduce la vida de ciudad en pequeños modelos. ¿Dónde está la alcaldía para enfrentar con seriedad estos asuntos?, ¿Dónde está la gente de Junín que construyó con dedicación este barrio por el que me he hecho la vida?, ¿Qué están pesando los nuevos pobladores?, ¿será que podemos hacer algo?
Jennifer Rodríguez Henao.