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Un cuento de navidad


Por estos días ya la publicidad sobre la navidad en avenidas, en la radio y la televisión va generando gran expectativa de consumo; por eso muchas personas creen que es una tradición consumista, y en muchos sentidos lo es. Sin embargo no se puede dejar de reconocer que la navidad es un momento de unión familiar que la publicidad hace que se venga meses antes. En este país noche buena es una celebración muy importante y la atmósfera tiene una mágica vibración. La gente sonríe y en este corto tiempo parece que los problemas desaparecen, como si algo maravilloso se apoderara de la tierra.


En muchos barrios las calles son adornadas con coloridos arreglos. En los barrios más pobres la gente utiliza su creatividad convirtiendo simples materiales y hasta la “basura” en lindos arreglos navideños. Todos los niños esperan con ansiedad su regalo del Niño Dios. Ahora recuerdo una situación de la navidad reciente:


Una joven mujer negra, madre de cinco hijos entre los cinco y trece años no tiene suficiente dinero para comprar regalos del Niño Dios a todos. Su esposo que trabaja lejos de casa tuvo problemas y ni siquiera logra llegar para pasar la Navidad con su familia. El dinero que ella gana alcanza solo para la comida. Entonces decide tener una reunión con los cuatro hijos más grandes.


“Este año no todos tendrán regalos del Niño Dios. No alcanza el dinero” dijo ella. “Solo me alcanza para su hermano menor”.


Lucia, la menor de las niñas de la casa con seis años pensó para sí misma: “Pero mi mamá me dijo que el Niño Dios me iba a traer la muñeca que habla”.


Su pensamiento se interrumpió cuando su mama continuó:


“Se acuerdan del día que decidimos no estrenar ropa y comprar el televisor que nos vendió don Alberto? Esta vez también debemos tomar la decisión entre todos: le damos regalo a su hermano menor o no le damos regalo de Niño Dios a ninguno”

El hermano mayor dijo que le compraran el regalo al menor y los demás asintieron con la cabeza. Lucia no atinó a decir nada, ni siquiera a hacer un gesto porque en ese momento empezó a comprender que los regalos de Navidad no los traía el Niño Dios... Pero...y ¿Cómo era eso? ¿Por qué? ¿Todos sus hermanos sabían? Y... pero entonces ¿Por qué no podría el Niño Dios darle más dinero a su mamá para que todos tuvieran los regalos?


Ella quiso preguntarle a su mamá todas esas cosas, pero cuando iba a hablar sus hermanos ya estaban jugando a las apuestas navideñas y su mamá estaba recogiendo la ropa de las cuerdas en el patio. En ese momento llego Sara, la mejor amiga de Lucia, y jugaron el resto de la tarde. Pasaron los días y ella se olvidó de regalos, del dinero y del Niño Dios, de la muñeca que hablaba y de esas cosas. Pero sin ser consciente, había algo de tristeza en su corazón.

La noche antes de Navidad llegó y ella se puso muy triste. Entonces su hermano menor vino corriendo y casi gritando de emoción le dijo: “Lucia, mira lo que me trajo el Niño Dios, es muy chévere”.


Y Lucia se sintió feliz también. Su tristeza desapareció al ver la alegría en el rostro de su hermano menor. La alegría de su hermano era su alegría.


El día siguiente en la mañana, los niños son los dueños de la calle y todos sacan sus juguetes nuevos. Varios niños se acercaron al hermano de Lucia y decían: “! Oh que carruaje tan bonito! y el caballo también! ¿Podemos jugar?”. Y Manuel compartía la cuerda de su regalo con todos.


Era un sencillo juguete de plástico de un caballo negro y un vagón de colores fuertes. No era más grande o costoso que los demás pero sobresalía porque nadie tenía algo parecido, así que fue todo un suceso entre los niños. Y ningún otro regalo de ese, ni de años anteriores tenía el especial significado en el corazón de Lucia.


Marilyn Machado Mosquera.


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